11 febrero, 2006

Del barloventeo


Por un mar inmóvil navegué. Sin querer un rumbo. Sin resistencia al vaivén de las olas. Mi piel se secó poco a poco con el abrazo del Sol, y a la mirada pasiva de la Luna el aire salado se pegaba a mi largo cabello suelto. Y ahí estaba, oceánica, con el mar por los cuatro costados. Eramos él y yo. No había tiempo, mas había un momento eterno. Una eternidad no cuantificable que no empieza, ni termina, ni tiene ciclos. Vegetaba en un estado incorpóreo del cual la consciencia no tomaba partido. Pero me hastié de esa nada constante y partí a la costa para embarcarme en la arena.

Ya en la playa, tomé un puño de arena blanca, estaba tibia. Con alegría esparcí arena sobre la arena. Pude haberlo hecho durante media hora. Era tan feliz. La aspereza de la arena semejaba la textura de mi cuerpo marchito. Construí un castillo de arena y cuando lo había terminado, lo derrumbé. En la noche hice una fogata y con la arena la apagué. Y en esa oscuridad me encontré sola en medio de la arena. Atrás estaban los días vacilantes sobre las olas. Y fue tanta mi dicha que pedí estar así por siempre.

Mi petición fue escuchada. Mi lánguido cuerpo se transformó. Recordé a Baucis y su ruego a Jupiter. No tuve a un Filemón para despedirme, entonces abrazada a mí misma, me despedí de la que había sido. La metamorfosis empezó en mis manos, se hicieron arenosas. Los granitos se desprendían de mí y así, como un reloj de arena, el resto de mi cuerpo.

10 febrero, 2006

Insomnio

Las palabras mágicas para conciliar el sueño no salen de la punta de la lengua. Durante las noches de insomnio es difícil recordar la fórmula para dormir. El rito nocturno de aislarse debajo de las cobijas de la cama perdió su sentido original. Ahora es una especie de lecho de meditación en la productividad del día, y de lamentos de las nuevas heridas. El tic tac de un reloj acompañante que no marca el tiempo real del insomne, le recuerda que a pesar de su voluntad, los días tienen que terminar y que tendrá que irremediablemente despertar al siguiente día para vivir.

02 febrero, 2006

En vela

Cómo duele desear querer y no tener a quién. Y no hablo de amistades ni de uno mismo. Me refiero a algo más. Algunos ya saben lo que es; otros no, ellos esperan. No hay duda de que la espera es agotante. Las vigilias parecen eternas. Pero cuando llegue la hora, la mía, la quiero aprovechar profundamente hasta que quede seca: sin más para dar, sin más para recibir. Y si me levanto insatisfecha, volveré a esperar otra vez. Otra más.